miércoles, 16 de mayo de 2012

Don Orione: un hombre de Dios


En su carta “La única cosa necesaria”, el P. Flavio Peloso nos recuerda cual fue el secreto de Don Orione.

En las actas del proceso de canonización de Don Orione se encuentra el cuento de un episodio testimoniado por Don Giovanni Venturelli. “Todavía viviente Don Orione, entre los cohermanos, surgió la pregunta cuál fuese el aspecto más profundo, justificativo de toda la vida y la acción de nuestro Padre; las respuestas fueron variadas, poniendo la explicación del “fenómeno” Don Orione algunos en la caridad, otros en su piedad, otros en otros detalles de su personalidad. A un cierto punto intervino el recordado Don Biagio Marabotto haciéndonos callar y poniéndonos de acuerdo  preguntándonos: “Pero digan: ¿qué es lo que explica todo en Don Orione? ¿No es Dios? He aquí cosa es, sobre todo, Don Orione: un hombre que vive de Dios”[1]


Visitando el mundo orionino a menudo me sucede de escuchar alabanzas, cumplidos y exaltación por lo llevado a cabo por cohermanos “fenomenales”. Gozo, pero me siento más tranquilo y aplaudo con más ganas cuando escucho, en primer lugar, de entre los títulos de alabanza: “es un hombre de Dios”.
Ser “hombres que viven de Dios”: es este el objetivo y la contribución de nuestra vida religiosa. De este nuestro ser deriva nuestro nuevo (es decir auténtico) hacer apostólico, nuestro papel como comunidad y “a través de las obras de caridad”[2].



Para leer la carta completa, clicar: 


[1] Positio, p. 993. Pero don Orione mismo enseñó a sus clérigos y cohermanos: “quiero confiarles un gran secreto. ¿Cuál es el gran secreto para lograr fecundidad en las sobras de apostolado, para obtener resultados satisfactorios en nuestro trabajo, en el campo de la caridad cristiana? Este secreto es la unión con Dios, vivir con Dios, en Dios, unido a Dios, tener siempre el espíritu elevado a Dios. En otras palabras es la oración intensa. Todo lo que se hace se transforma, así, en oro, porque todos se hace para gloria de Dios y todo se transforma en oraciónParola del 26.9.1937.
[2] Leemos en Vita consecrata 84: “La función de signo, que el Concilio Vaticano II reconoce a la vida consagrada, se expresa en el testimonio profético del primado que Dios y los valores del Evangelio tienen en la vida cristiana. En fuerza de tal  primado nada puede ser ante puesto al amor personal por Cristo y por los pobres en los que Él vive”.

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