martes, 12 de junio de 2012

Requisa el automóvil del rey


En el contexto del espantoso terremoto de Mársica (13 de enero de 1915) donde Don Orione acudió inmediatamente para prestar la ayuda de su caridad, sucedió el episodio narrado a nosotros por la pluma de Ignazio Silone:

“Estábamos en pleno invierno, ese año particularmente rígido. Nuevas sacudidas de terremoto y borrascas de nieve nos amenazaban. Los asnos, las mulas, las vacas, las ovejas, a causa de la destrucción de los establos, estaban reunidos también en recintos improvisados. Y la noche traía a los lobos, atraídos por el fuerte olor del ganado no más protegido por los establos. La noche en nuestra zona, en esa estación, cae temprano: a las cuatro de la tarde es ya de noche. Era entonces peligroso alejarse de los refugios. En la montaña, totalmente cubierta de nieve, era imposible para los lobos obtener el alimento habitual. Un irresistible hambre los atraía al valle.
El olor de los animales al aire libre los volvía mucho más audaces, temerarios, casi locos. Para mantenerlos lejos era necesario tener permanentemente fuego encendido en cantidad. Durante ciertas noches los aullidos de las fieras no dejaban dormir. Sólo la luz del día traía una tregua.
        Una de esas mañanas grises y heladas, después de una noche insomne, asistí a una escena muy extraña. Un pequeño cura sucio y descuidado, con la barba de unos diez días, vagaba entre los escombros rodeado por un grupo de niños y muchachos que habían quedado sin familia. En vano el pequeño cura solicitaba si había cualquier tipo de medio de transporte para llevar a esos muchachos a Roma.
El servicio de ferrocarril había sido interrumpido por el terremoto, otros vehículos no había para un viaje tan largo. En ese momento llegaron y se detuvieron allí cinco o seis automóviles. Era el rey, con su séquito, que visitaba los barrios devastados. Apenas los ilustres personajes bajaron de sus automóviles y se alejaron, el pequeño cura, sin pedir permiso, comenzó a cargar en uno de ellos a los niños que había recogido. Pero, como era de prever, los carabineros que se habían quedado para custodiar los automóviles, se opusieron y a  raíz de que el cura insistía, nació una vivaz riña la magnitud de la misma llamó la atención del mismo soberano. 
Sin ningún temor, el cura se adelantó y, con el sombrero en la mano, le solicitó al rey que le deje por un poco de tiempo la libre disposición de uno de esos automóviles, de manera de poder transportar a los huérfanos a Roma, o por lo menos a la estación más próxima todavía en actividad. Dadas las circunstancias, el rey no podía decir que no.


Junto a otros, también yo observé, con sorpresa y admiración, toda la escena. Apenas el pequeño cura con su carga de niños se alejó, le pregunté a uno que estaba cerca de mí: “¿Quién es ese hombre extraordinario?”.
Una anciana que le había confiado a su nieto me respondió: “Un cierto Don Orione, un cura más bien extraño” 
Sí, la “extrañeza” de una heroica caridad.

* del libro "Florecillas de Don Orione" de Mons. Andrea Gemma, fdp

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