martes, 3 de julio de 2012

Los Oratorios Festivos: recuerdos, directivas y exhortaciones


¡Almas y Almas!

Buenos Aires, 3 de julio de 1936

Mis amados Hijos en Jesucristo

¡Qué la gracia del Señor y Su paz estén siempre con nosotros!

¡Hoy es 3 de julio! - ¡Qué hermosa fecha! ¡Es una gran fecha esta de hoy para mí, oh mis amados!  Cuántos años han pasado desde ese 3 de julio; mas el recuerdo se me hace vivo, como si fuese ayer.

 Era clérigo y custodio de la catedral: el obispo de Tortona era Mons. Bandi, aún al principio de su episcopado. Los muchachos y jovencitos que estaban a mi alrededor eran tantos, algunos centenares, los había de las escuelas primarias, técnicas, secundarias y un hermoso grupo que ya trabajaba. No se los podía contener más, no cabían más en mi pequeña habitación, allá arriba, en la bóveda de la catedral, la última, no se los podía tener en la catedral, porque corrían por arriba y por abajo, por todas partes, no cabían más.
Había quien rezongaba, quien hacía críticas, quien reía y se burlaba y quien lo llamaba loco. Desde entonces me aplicaron sanciones, quitándome los víveres; pusieron a otro, el cual, a pesar de haber llegado después de mi, fue pasado delante de mí: los custodios en ese entonces eran tres, yo era el último, con doce liras al mes, de las cuales, seis eran para pagar, en parte, la pensión de un jovencito de Tortona que había entrado en el Seminario de Stazzano; ahora es sacerdote.
Había también Canónicos dignísimos, como Mons. Novelli, Mons. Campi, Don Daffra, luego Obispo de Ventimiglia. Estaba sobre todo el Obispo, el cual estaba muy contento de que se recogiesen esos niños y se hiciese un Oratorio Festivo en Tortona.
Y dio su mismo jardín y algunas habitaciones del Palacio Episcopal, en planta baja, donde ahora están las cocinas económicas. Fue el primer Oratorio que se abrió en la Diócesis, y estuvo en la casa del Obispo mismo. La inauguración se hizo el 3 de julio y fue solemne; estaban presentes Su Excelencia Mons. Bandi, Mons. Dafra, Obispo electo de Ventimiglia y el Abad Doria, Mons. Novelli, el Teólogo Don Testone. Una parte de los Seminaristas cantaron “Oh Luigi, oh vago giglio”, dirigidos por el maestro José Perosi, el cual se sentaba en el armonium, padre y maestro del  célebre Renzo.

 Había mucha gente, muchísimos niños. La inauguración se hizo en el jardín mismo del Episcopado: algunos domingos después, todo se había reducido a patio.
Recuerdo que Federico Canegallo leyó un agradecimiento en francés, era alumno de las escuelas técnicas; yo también leí una especie de discurso: ¡Almas y Almas! Estaba también Marciano Perosi, el actual maestro de Capilla de la Catedral de Milán: él distribuyó una cantidad de imágenes del Sagrado Corazón, que su hermano Renzo había traído de Vigevano, donde había estado, me parece, para la prueba de órgano de las Sacramentinas.
Mons. Bandi pronunció un hermoso discurso: se sentía que las palabras le salían del corazón. El Oratorio se llamó: “Oratorio festivo San Luis”. Se adaptó una capilla, un altar, con ese cuadro de San Luis, que aún se conserva entre nosotros. Luego se agregó también esa estatuilla de la Virgen Inmaculada que también está entre nosotros.
Para la apertura del primer Oratorio Festivo, Mons. Juan Novelli, nombrado Director por el Obispo -yo era un pobre clérigo-, publicó un folleto invitación, editado por la tipografía Salvador Rossi.
La Pequeña Obra de la Divina Providencia, nacida de ese primer Oratorio Festivo, y la primicia de esos niños, ya había sido ofrecida y, diría, consagrada al Señor, a los pies del crucifijo que ahora está en el santuario, durante la semana precedente.
Cuando se abrió San Bernardino, el Oratorio fue confiado a otras manos, y pronto cayó. Pero ¡Cuánto bien hizo ese primer Oratorio! Luego, con la ayuda  divina fue abierto nuevamente, en el mismo lugar, en el primer año del episcopado de Su excelencia Mons. Grassi, pero causas diversas lo hicieron transportar  a un lugar tal vez poco apto, y así terminó también este segundo Oratorio. Yo lo amaba tanto que iba, casi todos los domingos, desde Avezzano (Abruzzo) donde me encontraba como Delegado del Patronato “Reina Elena” para los huérfanos del terremoto. De ese Oratorio Festivo se puede repetir con Manzoni: “cayó, resurgió y yació”. Pero, ¡Cuánta consolación he sentido aquí, cuando supe que S.E.Revma., nuevo Obispo, lo volvió a abrir para la parroquia de la Catedral, y en ese mismo jardín! Deo gratias!
* * *
Mis amados hijos, hoy 3 de julio, he querido recordarles ese primer Oratorio y ese primer esfuerzo, no sólo para que me ayuden a dar gracias a Dios, sino para que reflexionen bien que la Pequeña Congregación nuestra ha nacido de un Oratorio Festivo: un Oratorio de jovencitos ha sido la piedra fundamental de nuestra Institución.
Y la SS. Virgen, en momentos, entonces, de gran aflicción y de viva persecución, maternalmente se dignó a tomar desde entonces bajo su manto celeste, no sólo el Oratorio -del cual había puesto la llave en Sus manos- ,  sino toda la multitud, sin fin, de los Hijos de la Divina Providencia que vendrían luego, de todo tipo y color.


* * *
Pero no les escribo sólo por esto, oh mis Amados, no; quisiera, de este grato recuerdo, extraer también argumento y animarlos a cumplir, con mayor prontitud y empeño, la obra que me parece que Dios desea de mí y de ustedes: la Obra de los Oratorios Festivos.
Mis amados hijos en Jesucristo, veo todo un pasado que cae, si ya, en parte, no ha caído: las bases del viejo edificio social están minadas: un infortunio terrible cambiará, tal vez pronto, la cara del mundo. ¿Qué saldrá de tanta ruina?
¡Somos Hijos de la Divina Providencia, y no nos desesperemos, mas confiemos mucho en Dios! No somos como esos catastróficos que creen que el mundo termina mañana; la corrupción y el mal moral son grandes, es verdad, pero considero, y creo firmemente, que el último en vencer será Dios, y Dios vencerá en una infinita misericordia.
¡Dios ha vencido siempre así! Tendremos "cielos nuevos y una nueva tierra". La sociedad, restaurada en Cristo, reaparecerá más joven, más brillante, reaparecerá reanimada, renovada y guiada por la Iglesia. El Catolicismo, pleno de divina verdad, de caridad, de juventud, de fuerza sobrenatural, se elevará en el mundo, y se pondrá a la cabeza del siglo renaciente, para conducirlo a la honestidad, a la fe, a la civilidad, a la felicidad, a la salvación.
¡Una gran época está por venir! Por la misericordia de Jesucristo Nuestro Señor y la celeste y materna intercesión de María Santísima. Veo levantarse un monumento grandioso, no basado sobre la arena; una columna luminosa de caridad se eleva basada en la caridad revelada, en al Iglesia, en la piedra única, eterna, inconcusa: “Petra autem erat Christus”.
Mas a esta era, a este grandioso y nunca visto triunfo de la Iglesia de Cristo, nosotros, aunque mínimos, debemos llevar la contribución de toda nuestra vida. En lo que a nosotros respecta debemos prepararla, apurarla, con la oración incesante, con la penitencia, con el sacrificio, y transfundiendo nuestra fe, nuestra alma especialmente, en la joven generación, especialmente en esa juventud que es hija del pueblo, y que necesita más de religión, de moralidad y de ser salvada. La salvación de toda la juventud de todo el mundo, mas que desde los Colegios -que son, más o menos, hospitalarios- se obtendrá de los Oratorios festivos y de la Escuela.
Don Bosco decía: “¿Quieren salvar a un pueblo, a una ciudad? Abran un buen Oratorio Festivo”.
Nosotros estamos aún demasiado verdes, oh hijos míos, para adueñarnos de la escuela del pueblo; pero, con la ayuda de Dios, vendrá el día en que, sobre las ruinas de la escuela laica de muchas naciones descarriadas, edificaremos la Escuela Cristiana.
* * *
Entre tanto, en lo que respecta a los Oratorios festivos, no se debe tardar más, oh mis Amados.
Alrededor de cada casa y por todas partes, en donde se encuentran los Hijos de la Divina providencia, debe surgir pronto y florecer el Oratorio Festivo. Y digo festivo, no cotidiano. Por las tardes, en los días que preceden a los festivos, debe abrirse para esos jovencitos que buscan la comodidad de confesarse. Y el Oratorio se debe abrir a todos los jóvenes, para poderlos reunir, hablar con ellos, moralizarlos, hacerlos dignos ciudadanos italianos y dignos católicos: abierto todos los domingos y fiestas del año.

 Si, a mi regreso, quieren prepararme una gran consolación, háganme encontrar, anexo a cada Instituto, un floreciente Oratorio Festivo. El más hermoso día para mí será aquel en el que se me de la noticia que se ha abierto, por obra nuestra, un nuevo Oratorio Festivo.
Y no sólo todas las Casas deberían hacer surgir uno, mas, si las circunstancias de lugar y de tiempo lo permiten, también más Oratorios deberían ser apoyados a la misma Casa, empleando en ellos a los Sacerdotes, Clérigos, Coadjutores nuestros y personal laico de confianza.

 Y tengan en cuenta que el Oratorio Festivo no debe ser para una dada categoría de jovencitos prefiriéndolos de otros. No. Don Bosco, mi venerado Maestro -he tenido el bien de ser catequista en su primer Oratorio Festivo de Valdocco, mientras él vivía y el año después de su muerte-, decía que no se debía requerir ni el estado de la familia, ni la presentación del niño por parte de los parientes. La única condición para ser admitidos al Oratorio Festivo, abierto en Turín por Don Bosco, era que el jovencito tuviese la buena voluntad de divertirse, de instruirse, y de cumplir, junto con todos los otros, los deberes religiosos.
Causas de alejamiento de un joven del Oratorio no podían ni la vivacidad de carácter, ni la insubordinación intermitente, ni la falta de una hermosa ropa, ni la falta de buenos modales, ni cualquier otro defecto juvenil causado por ligereza o por terquedad natural, sino sólo la insubordinación sistemática y contagiosa, la blasfemia usual, repetida, los malos discursos y el escándalo. Exceptuados estos casos, la tolerancia debía ser ilimitada. ¡Y así haremos nosotros! De otro modo, ¿de qué sirve el Oratorio Festivo?
Todos los jóvenes, también los más abandonados y miserables, deben sentir que el Oratorio Festivo es para ellos la Casa paterna, el refugio, el arca de salvación, el medio seguro para hacernos mejores, bajo la acción transformadora del afecto puro y paterno del Director. Los jóvenes son de quien los ilumina santamente y santamente los ama; ellos tienen la necesidad de una mano que los conduzca, de quien los aleje del vicio y los guíe a la virtud.
Que no haya, entonces, ninguna Casa de la Divina providencia sin su Oratorio Festivo. Perdonen, si no puedo extenderme más.
Animo, queridos míos: arrojémonos entre los hijos del pueblo; arrastremos en los caminos del bien a la joven generación; mostremos, especialmente con los Oratorios Festivos, cómo la Iglesia es fecunda de fuerza moral, benéfica, religiosa, redentora, fuente siempre viva de esa caridad que Jesucristo vino a traer sobre la tierra. ¡Qué toda nuestra vida sea irradiada de amor grande de Dios y de amor al prójimo, especialmente a la juventud más pobre, más abandonada, y Dios estará con Nosotros!
* * *
Entiendo que, también este año, veré pasar la fiesta de la Virgen de la Guardia sin encontrarme todavía entre ustedes, en ese día, tan caro para mí, para ustedes y para los de Tortona... Pero Dios hace bien todas las cosas, y ha visto que este alejamiento le haría bien a nuestro espíritu y que Dios sea siempre bendito! Pero iré, vivo o muerto iré. Todos deben comprender qué duro se me hace estar lejos de ustedes: pero que este sacrificio común se eleve al trono del Altísimo como una plegaria propiciatoria en aroma de suavidad.
Atravesemos los montes, Oh mis amados, con el espíritu pasemos por encima del gran mar que nos separa, sostengámonos, confortémonos fraternalmente con la oración y estrechémonos cada día más a Nuestro Señor, a la Santa Iglesia y a la pobre, pero tan querida Congregación nuestra: ¡Dios estará con nosotros! Pronto iré.
Los bendigo con toda la efusión de corazón en Jesús Crucificado y en la Santa Virgen; reciban los saludos más cordiales de estos hermanos vuestros y ténganme como vuestro afectuosísimo, como padre en Cristo.

Sac. Luis Orione
de la Divina Providencia


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