martes, 14 de mayo de 2013

El apostolado de la prensa para llevar a Cristo al pueblo y al pueblo a Cristo



¡Almas y almas!
Tortona, 22 de febrero de 1938.

A los Sacerdotes llamados a constituir una “Pequeña Oficina de Prensa”
Queridísimos en el Señor, ¡que la gracia de Jesucristo y su paz estén siempre con nosotros!
Hoy debemos exultar, que es la fiesta de la Cátedra de San Pedro en Antioquía, de donde los fieles del primer tiempo comenzaron a llamarse cristianos, o sea creyentes, secuaces, imitadores de Cristo, nuestro Señor.
Verdaderamente la antigua tradición que permanecía inalterada hasta el siglo XVI, dice que hoy no le corresponde a la Cátedra de Antioquía, sino a la Cátedra de San Pedro en Roma, la ‘sola Cátedra que surge como símbolo del primado universal de honor y de jurisdicción, que Pedro y sus Sucesores ejercitaron desde Roma sobre toda la Iglesia.

Más debemos también ejercitarnos en el Señor porque, en la fiesta de hoy, nuestra pequeña Congregación instituye, en el nombre santo de Dios, su primer pequeña Oficina de Prensa, poniéndola bajo los auspicios de la Inmaculada Madre de Dios María Santísima y de S. Francisco de Sales.
La Beatísima Virgen es la Madre y la celeste Fundadora de la Pequeña Obra y el Salesiano es dado por la Sede Apostólica como Patrono de la prensa  católica: él misionero, Doctor, estuvo entre los primeros en valerse de la prensa como sostén de la santa doctrina y en defensa de la verdadera Iglesia de Cristo y el Papa.
El fin principal de ésta modestísima Oficina es el de coordinar nuestra prensa al objetivo para el cual se le dio vida, en Italia y en el Exterior a varios folletos y boletines, editados por algunas fases de la Congregación y ocuparse de ellos, para que siempre sean voces al unísono de un mismo espíritu, aún bajo formas y en lenguajes diversos. Esta Oficina de Prensa recibirá, de los Superiores de nuestros institutos o de sus Encargados, esas noticias que ellos desean que sean llevadas a conocimiento de todas las otras Casas de la Congregación y publicadas, lo más ampliamente posible, en diarios amigos en Italia y afuera, para gloria de Dios y para que los benefactores se sientan más animados a ayudarnos.
La Oficina, a su vez, mandará a varios boletines nuestras noticias, correspondencia, breves artículos: lo que equivaldrá a dar una dirección única y toda suya a la prensa de nuestra Congregación, animará a un trabajo más intenso, unificará, también en el terreno de la prensa, a nuestras pequeñas fuerzas, las fuerzas unidas se vuelven más fuertes.
No dudo que será grande la ventaja que tendrán la Pequeña Obra y sus Casas.
Por ahora debemos limitarnos a esto, no más; más siento que, con la ayuda de Dios, no nos detendremos en el primer paso: confió mucho en Dios, y mucho espero de ustedes, oh amados míos. Si Dios quiere dar incremento, con la ayuda de ustedes, con su activo esfuerzo cotidiano, ésta modestísima Oficina de Prensa será una escuela de excelentes publicitarios nuestros, se transformará en la Obra del Apostolado de la Buena Prensa de nuestra amada Congregación. Apostolado de Prensa para el pueblo soñado por mí desde hace tantos años, un apostolado de prensa para los pequeños, para los humildes, para la masa de los campesinos, de los obreros, la Obra de la Buena Prensa para los trabajadores, para la salvación del pueblo.


La prensa es una gran fuerza: es el gran orador que habla de día, que habla de noche, que habla en las ciudades y habla en las aldeas, en los montes y en los valles olvidados. ¿Dónde no llega la prensa? ¿No es la prensa la que crea la opinión pública, que lleva a la paz y a la guerra? ¡Oh, cuánto mal ha hecho la mala prensa! ¡Más cuánto bien hace la prensa, cuando está en buenas manos, cuando está puesta al servicio de Dios, de la Iglesia, de la Patria!
¿Puede nuestra Congregación desinteresarse de una fuerza tal? ¿No estamos nosotros obligados a valernos para el bien de Dios y el pueblo? Con la prensa popular llevaremos a Cristo al pueblo y al pueblo a Cristo.
Esta Oficina de Prensa no es más que un modesto cuchitril: es, por ahora, una pobre mesa, dos banquetas, papel, pluma y tinta: en lo alto, en la pared, un crucifijo, un Cuadro de la Virgen, un Don Bosco; algunos libros: la Biblia, Dante, Manzoni: es un paso corto, si lo desean como lo es el paso del niño; ¡nuestro Instituto, por otra parte es aún tan niño! Pero un principio lo es, ¡no perdamos el ánimo, y buen principio!
Mañana, será lo que Dios quiera, y que querremos nosotros, si trabajamos de rodillas, pequeños y humildes a los pies de Cristo y de la Iglesia. Comencemos entre tanto en el nombre de Dios y habremos comenzado bien.
Ante todo, que nuestro esfuerzo sea invadido de un gran amor a Dios y a los hermanos, ¡ahora y siempre! Que sea puesta al servicio de la verdad, sólo inspirada en la verdad, sin desviarse nunca de la verdad: para que, en la sustancia y en la forma sea verificada e irradiada por la caridad del Señor, proclamando la verdad en la caridad.
Vivir la verdad, practicarla, servirla con dedicación plena y de todas las maneras, también con la pluma, para que ella viva y resplandezca en nosotros y en la inteligencia y el corazón de quienes lo leerán.
Actúen y escriban siempre según las enseñanzas de la Fe y de la Iglesia ellas nos dan la verdad revelada; actúen y escriban sólo lo que les resulte verdadero, justo, honesto, recto, pero siempre bajo el impulso de la caridad: siempre y en todo fieles a la verdad, pero en una voluntad y en un espíritu evangélico de santo y dulce amor de caridad en Cristo.
Es el Apóstol Pablo el que, en la epístola a los Cristianos de la Iglesia de Efeso, escribió: “Por el contrario, viviendo en la verdad y en e amor, crezcamos plenamente, unidos a Cristo. El es la Cabeza,” (Ef 4, 15).

 Nosotros, entonces, oh hijos amadísimos, y como personas y como Congregación, debemos crecer y progresar en todas las actividades buenas:  crezcamos en todo -, por lo tanto, también en el apostolado de la prensa: -in illo-, o sea, en El, que es Jefe, Cristo. Pero, siempre, proclamando la verdad en la caridad. Y valernos de todo lo que la Iglesia, la Patria, la teología, la filosofía, la literatura, las ciencias, las artes honestamente nos ofrecen, ya sea de antiguo como de nuevo: servirnos de todo, atesorar todo, para los altos fines de la gloria de Dios, de la propagación del Evangelio y de la civilización cristiana de la defensa de la Iglesia, de la Patria, de la familia, de las almas: renovar todo en Cristo, también la prensa y por la prensa.
Que el vino nuevo esté en odres nuevos, pero pongan el vino viejo en odres nuevos, “si no –dice Jesús (Mt 9, 17)- los odres se rompen y el vino se derrama”. Quiero decir que, si desean hacer leer, si desean gustar, penetrar y conquistar almas y hacer el bien, será necesario que sepa adaptar, donde sea necesario, la doctrina antigua de Cristo a formas nuevas y vivas: será preciso que usen los modos más gratos a los tiempos nuevos, de los lectores de hoy. La lengua simple, propia, hablada, vivísima; períodos breves, chispeantes; noticias, correspondencia, artículos breves, brevísimos y siempre un rayo de luz alto, un tierno pensamiento que alegre, eleve el espíritu a Dios.
Firmes y seguros en los principios de la Fe y de todo lo que en la doctrina de la Iglesia, aténganse a la regla: "En la duda libertad, en lo necesario unidad, en todo caridad"
Siempre preciosos y claros, huyan del estilo apurado, como de las maneras anticuadas, que se mufa. Sean desenvueltos, pero que la frase sea encendida, mantengan apretadas y vibrantes lo más dulce y sagrados amores: Dios, Papa, Evangelio, Iglesia, Patria, Congregación: los pequeños, los pobres, los trabajadores, el pueblo.


No sean lentos en el trabajo, sino activos y rápidos en las correspondencias, sepan ser optimistas, pongan en ellos una santa pasión, aquí está el gran secreto, después de la ayuda de Dios, aquí está el secreto del logro: fe, trabajo, coraje.
¡Dios estará con ustedes!
Que nada se les haga pesado, que ninguna dificultad los desanime, que la juvenil y gallarda fuerza que del pastorcito David, que está en ustedes, nunca sea oprimida, si sofocada por la embarazosa armadura de Saúl.
El escudo de ustedes es la Fe, la fuerza de Dios, a quién ustedes sirven en humildad hasta el sacrificio.
Que el Señor conforte el esfuerzo cotidiano de ustedes, como de gran corazón los conforta y bendice en Jesucristo y en la Santa Virgen, suyo, con cariño.

Don Orione
de los Hijos de la Divina Providencia

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