martes, 18 de junio de 2013

Los ojos de Don Orione


Recuerdos del escritor y periodista argentino, Manuel Mujica Láinez sobre Don Orione

      Hace unos meses, cuando regresaba de Europa, conversé a bordo con un sacerdote de la congregación de Don Orione. Me dijo que el proceso de beatificación de ese hombre extraordinario avanza con paso seguro. Ya han sido aprobados todos sus escritos, materia delicadísima en estos procesos. No hay duda de que Don Orione será elevado por la Iglesia al honor de los altares.

          Yo lo conocí en 1935, el año en que fundó en Claypole su Pequeño Cottolengo Argentino. Hacía mucho que estaba en nuestro país, a donde había llegado por primera vez en 1921 y donde había instalado, en Victoria, la casa inicial de la congregación por él creado: la Pequeña Obra de la Divina Providencia. Fuera de ciertos sectores se labor maravillosa se había difundido poco. El reportaje que por encargo de La Nación le hice en 1935 contribuyó a informar a un público vasto acerca de la trascendencia y la originalidad de una obra de hondo sentido cristiano y social. Hoy nadie la ignora, y la admiración justa que suscita se refleja en la importancia de su crecimiento.

     Don Orione me regaló entonces la fotografía que ilustra esta página y en la que cabalga un burrito, como un paisano de su Italia natal. La tengo ante mí, mientras evoco su recuerdo, y vuelvo a ver con nitidez pasmosa, como si no hubieran transcurrido 23 años, al santo varón. Parecía un aldeano, un tosco aldeano de cejas gruesas y áspero pelo. Tenía manos rugosas de cavados y ojos incomparables, negros, que se le metían a uno, haciéndolo sentir como si por dentro lo cavaran. He tratado, en el curso de mi vida, por exigencias profesionales, a bastante gente singular; he conversado con príncipes y con grandes artistas y escritores. Lo he visto pasar a Pío XII por la nave central de San Pedro, en la silla gestatoria, poco antes de su muerte. Y nadie, nadie me ha impresionado tanto como Don Orione. Nunca he captado tan próxima la presencia de lo sobrenatural. Ninguna mirada me ha sondeado como la de sus ojos, tan bondadosos y tan sabios; ninguna mirada ha penetrado de tal manera en mí, ni ha andado así, por los caminos de mi sangre, hacia mi corazón, reprochándome y perdonándome.

Fuente: Revista "Atlántida" año 41, numero 1103, Enero 1959, Buenos Aires.



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