martes, 27 de agosto de 2013

Significado de la venida del corazón de Don Orione a la Argentina (Parte 2)



segunda parte de la charla dada por Mons. Adolfo Uriona explicando el significado de la venida del Corazon de Don Orione a la Argentina



I.                           LA RELIQUIA DEL CORAZÓN DE DON ORIONE


Creo que puede ser muy útil, al recibir la reliquia del corazón de DON ORIONE  tener presente esto que, tan sintéticamente, hemos desarrollado. Especialmente al recibir la reliquia tan particular del Corazón que es, a mi modo de ver, además de la mejor conservada, la más significativa de nuestro Fundador.

Sabemos que su cuerpo ha sido sometido a un tratamiento. Les cuento brevemente la historia.

En el año 1965 cuando se cumplieron 25 años de la muerte de DON ORIONE, siguiendo las indicaciones de la Santa Sede, a fin de efectuar el reconocimiento de los restos de alguien que está en proceso de beatificación, se abrió el féretro donde se contenían los mismos.

 DON ORIONE había sido sepultado en la cripta del santuario de Tortona. Cuando se abrió la urna lo encontraron mejor que cuando lo habían enterrado. De hecho, la madera del cajón estaba prácticamente destruido y la ropa desintegrada, mientras que el cuerpo estaba intacto. Hasta le había crecido la barba.

Una vez hecho el reconocimiento del cadáver, tuvieron que sepultarlo de nuevo. Unos tres años después, aproximadamente, hubo una inundación en Tortona y la cripta se llenó de agua. Por determinados factores que desconozco, no alcanzaron a retirar el cajón. Quizás se confiaron de que el mármol estaba sellado y no penetraría el agua, pero esta se entró por una hendidura muy pequeña. Por tanto, el cuerpo estuvo bajo el efecto del agua por varios años.

En el año 1980, cuando lo beatifican, y al proceder a reconocer nuevamente el cadáver de nuestro Padre, descubren que el cuerpo de DON ORIONE tiene signos de deterioro por el agua. Es ahí que deciden hacerle un tratamiento de momificación extrayéndole el corazón. El cuerpo así conservado se encuentra en el Santuario de Ntra. Sra. de la Guardia, en Tortona. Sinceramente no me dio muy buena impresión cuando lo vi. Para mí, y esta es una opinión demasiado personal, no es el DON ORIONE que uno ve retratado en las numerosas fotografías que de él se poseen. Pero el corazón se mantuvo intacto, incluso con la marca bien visible del infarto.

Por eso, cuando en el Capítulo General,  desde nuestra provincia pedimos la venida definitiva del corazón a la Argentina, pensábamos que esta petición sería rechazada por los capitulares. Sin embargo, no fue así. Nos maravillamos cuando, por amplia mayoría, se aceptó la moción. Creemos que es la reliquia mejor conservada que tenemos de nuestro Padre y considero un gran privilegio traerla para la Argentina.

Cuando venga el corazón de DON ORIONE definitivamente a nuestra patria para quedar en ese Santuario de la Caridad que es el Cottolengo de Claypole, reflexionemos acerca de la condición de nuestra “pobre carne humana”, “divinizada” porque la asumió el “Verbo de Dios”, destinada, no a la muerte y la corrupción, sino a la gloria definitiva de la Resurrección.

            “Un corazón traspasado” (Jn 19,34)

 En la Biblia se da muchas veces un lenguaje antropomórfico. Por ejemplo, para hablar de la “Misericordia divina” se usa la palabra “rahamim” (rehem = regazo materno) que significa las entrañas maternas. El amor de Dios es “entrañable”, proviene de ese fondo profundo, que son las entrañas maternas donde se engendra la vida.

  Por eso podemos decir con propiedad que  el corazón es el órgano corpóreo que más se relaciona con la vida espiritual.

 Muchas espiritualidades, desde las que surgieron el siglo pasado basadas en la devoción al Sagrado Corazón hasta la “oración del corazón” o “hesicasmo”, propias del oriente cristiano, basan su relación con Dios desde este centro vital del hombre.

Ahora bien:

¿Quién conquistó ese Corazón logrando que latiera tan fuertemente, impulsado por el AMOR y que terminó partiéndose de AMOR?

            Vemos sus misma palabras:

CRISTO) Quiso morir con los brazos abiertos, suspendido entre el cielo y la tierra, llamando a todos ‑‑ángeles y hombres‑‑  a su Corazón abierto, traspasado: anhelando abrazar y salvar en ese Corazón divino a todos, a todos, a todos: ¡Dios, Padre, Redentor de todo y de todos!...

No fueron los milagros ni su resurrección los que me conquistaron, sino su Caridad: ¡esa caridad que venció al mundo! [2]



Es el AMOR-CARIDAD del Cristo traspasado en la Cruz el que sedujo definitivamente el corazón de nuestro Padre. Es el Corazón Humano de Cristo penetrado por la Divinidad, el corazón traspasado en la Cruz del que brotó sangre y agua:

 “Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus  cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado  era muy solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido  crucificados con Jesús.

Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en  seguida brotó sangre y agua.

El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que  dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice:"No le quebrarán ninguno de sus huesos".

Y otro pasaje de la Escritura, dice: "Verán al que ellos mismos  traspasaron"            

(Jn 19,31-37)






Desde los comienzos, los Padres de la Iglesia, vieron en esta “agua y en esta sangre” los símbolos de los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía, con los cuales nace y se construye la Iglesia:



“...La Iglesia, o Reino de Cristo, presente actualmente en  misterio, crece visiblemente en el mundo por el poder de Dios. Este comienzo y crecimiento están simbolizados en la sangre y en el agua que manaron del costado abierto de Cristo crucificado (cf. Jn., 19,34), y están profetizados  en las palabras de Cristo acerca de su muerte en la cruz: "Y yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré todos a mí" (Jn., 12,32)” (L.G., 3)



El corazón es, por tanto, sede del Espíritu Santo fuente del Amor y lugar de la interioridad.

Ahora bien, podemos preguntarnos ¿por quién latió ese corazón?

Es “un corazón sin fronteras” que latió amando de una manera increíble. Que lo llevó a un modo de vida de entrega a los hermanos que podemos definir casi “martirial”.

Así lo expresaba, con un acento fuertemente místico:



"La claridad y el amor de Dios lejos de destruirme,

me templan, me purifican y subliman,

ensanchan mi corazón,

hasta querer estrechar,

entre mis pequeños brazos humanos,

a todas las criaturas para llevarlas a Dios" [3]

Su vida ascética llevada desde niño, su fundación en medio de la precariedad, su entrega por los damnificados en los terremotos de Messina y Avezzano; sus viajes, su preocupación por la Iglesia, su amor y dedicación por los discapacitados, etc..., provienen de ese “fuego de amor” que latía dentro de su corazón y que lo impulsan a realizar obras de todo tipo, muchas de ellas heroicas en grado sumo.

Para utilizar una imagen, podemos decir que el corazón de Don Orione amó al modo de la cruz del Señor.

 Ella está construida por dos travesaños: uno vertical, apoyado en la tierra pero orientado hacia el cielo; en él podríamos colocar su inmenso amor a CRISTO Y MARÍA SANTÍSIMA.

Un segundo horizontal, sostenido por el anterior y que permite tener los brazos abiertos. En él podemos colocar el amor al PAPA, a la IGLESIA y a las ALMAS. Creo que esta imagen puede condensar aquello por lo cual latió su corazón.



"Jesús entregó su vida con los brazos abiertos.

Es Dios que ha venido a nosotros y se ha inmolado

con los brazos abiertos. 

¡Caridad!  ¡Quiero cantarle a la caridad! 



¡Quiero tener el alma llena de piedad para con todos! [4]



Cuando uno lee sus últimos escritos, él habla mucho del “fuego”, del “fuego de la Caridad”. Motiva a los suyos a tener una “Caridad ardiente”:



“Abramos a muchas personas un mundo nuevo y divino,

inclinémonos con caritativa dulzura a la comprensión de los pequeños,

de los pobres, de los humildes...

Queremos arder de fe y caridad.

Queremos ser santos, llenos de vida para los demás

y muertos a nosotros mismos.

Que nuestra palabra sea una como brisa de cielos abiertos;

todos deben sentir en ella el fuego que inflama nuestro corazón

y la luz de nuestro incendio interior,

y encontrar en ella a Dios y a Cristo (...)” [5]


¿No nos suena familiar al texto de los Hechos de los Apóstoles que nos relata la Venida del Espíritu Santo cuando, con sus lenguas de fuego, se manifiesta a la primitiva Iglesia reunida en el Cenáculo, el día de Pentecostés?.

El ESPÍRITU es, en el seno de la Trinidad,  el AMOR. La Caridad es entonces, en DON ORIONE, el fuego del ESPÍRITU SANTO derramado sobre nuestros corazones para ser contagiado a todos los hombres, un fuego que arde y se consume por amor a este mundo, alejado de Dios.

Considero fundamental contemplar a DON ORIONE desde esta perspectiva y no tanto desde la perspectiva de las obras que realizó, porque las mismas fueron la consecuencia de ese fuego interior.

Lo que hizo fue grandioso pero para él era secundario, la fuente de todo eso estaba en su corazón. Cuando venga el corazón a la Argentina pensemos en sus grandes amores y busquemos de seguir este paradigma para nuestra vida.


III.                           La proyección de la venida definitiva del corazón a la Argentina


 Esta cuarta venida de DON ORIONE a la Argentina es muy importante, porque es la definitiva.

El riesgo que podemos correr es el de preparar con gran entusiasmo y hacer gran fiesta celebrando su llegada y quedarnos solamente en ello. Sería demasiado efímero.

Creo que la presencia del corazón tiene que ser para nosotros un acicate para renovar nuestra vocación de hijos de semejante Padre, es decir ha de llamarnos a comprometernos con la realidad desde la fuerza del carisma orionita.

El corazón es un símbolo, dice más de lo que representa, de lo que es materialmente. En sí, es un corazón muerto, pero su valor simbólico es de una gran fuerza vital. Por eso, ese símbolo ha de motivarnos en nuestro compromiso cristiano y carismático.




¿Cómo entiendo el efecto de esta presencia del Padre Fundador?

  A través de un esfuerzo de comprensión hacia el mundo en que vivimos. Les confieso que me cuesta comprender y aceptar el mundo actual. Pero también sé con certeza que, para poder entenderlo, debo esforzarme, previamente, en amarlo; porque para poder dialogar con él, como diría el gran Papa PAULO VI en la encíclica “ECCLESIAM SUAM”, hay que aprender a amarlo primero:

 “El diálogo de la salvación fue abierto espontáneamente por la iniciativa divina : Él ( Dios ) nos ha amado primero ( 1 Jn 4,10 ). Nos corresponderá a nosotros tomar la iniciativa para extender a los hombres este mismo diálogo, sin esperar a ser llamados.  El diálogo de la salvación partió de la caridad, de la bondad divina : Dios ha amado de tal manera al mundo, que le dio a su Hijo unigénito ( Jn 3,16 ). Sólo el amor fervoroso y desinteresado deberá mover nuestro diálogo”  (E.S., 70-71)

  A la época actual se la denomina “posmoderna”, ni siquiera nombre propio tiene...

En sus raíces más profundas hay “un gran desencanto”, una gran decepción, porque todos los proyectos, surgidos en la etapa anterior –“la modernidad”-  se desmoronaron.

El hombre de hoy vive sin proyectos “trascendentes” (sin “utopías”), por tanto, busca gozar “el ahora”. Se afana por vivir el presente, con todo lo que le pueda proporcionar de placer, porque “no hay futuro”.

A nivel religioso, por ejemplo, se busca una religión “light” (el caso más típico es la “New Age”)  que me satisfaga las necesidades que tengo “ahora”, que me haga sentir bien. No quiero una fe que me exija, que me comprometa hasta el fondo la vida.

 También es un mundo fragmentado; el hombre está dividido y no sabe para dónde va, es un errante sin un sentido definido.

Frente a este mundo, nosotros cristianos e hijos de DON ORIONE debemos dar una respuesta que tiene que surgir de nuestra propia condición, convencidos de que es válida y necesaria para los hombres de hoy.



Intento de algunos esbozos de “respuestas orionistas” para este mundo:

 - La absoluta confianza en la Divina Providencia:  La certeza de que la historia no es un conjunto alocado de casualidades sino que la historia está conducida por la mano de la Divina Providencia. Esta certeza nos da una gran esperanza. Y, sobre todo, da un sentido a nuestro caminar hacia la casa del Padre.

 - La centralidad de Cristo Crucificado:   Frente al hombre que hoy sufre tanto, tenemos que presentar a un Cristo que padece y es crucificado por nuestra salvación, pero que no se quedó en la cruz, ni en la frialdad del sepulcro, sino que resucitó.

 - La búsqueda de la “unificación”, de la “unidad”:   Don Orione es un hombre de unidad.  El lema de la congregación es el “INSTAURARE OMNIA IN CHRISTO” (“reunir todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo un solo jefe, que es Cristo”) de San Pablo a los Efesios 1, 10. Es un lema de unidad y a ésta la necesitamos, hoy más que nunca, en el interior del propio corazón, en las comunidades, en la Congregación, en la Iglesia y en el mundo.

 Son algunas respuestas a nuestra realidad (¡hay muchos más, por supuesto!!!) que debe despertar el carisma de DON ORIONE en nosotros con su llegada definitiva a la Argentina.




 CONCLUSIÓN:

   Para concluir, algo que me impresionó mucho y todavía sigo palpando en los ambientes donde me manejo, es la capacidad que tuvo DON ORIONE de penetrar en la sociedad Argentina en su segundo viaje. Seis meses después de su llegada en octubre de 1934, ya ponía la piedra fundamental del Cottolengo de Claypole con la presencia del presidente de la Nación. Además, en ese segundo período que estuvo en nuestra patria, desde 1934 a 1937, abrió la mayor parte de las casas que tenemos en la Argentina. En esos tres años desplegó una actividad de fundaciones, de contacto con personas e instituciones de todo tipo, realmente impresionantes. Todavía seguimos encontrando gente, o descendientes de aquellos que lo  conocieron y pudieron gozar de su presencia y acción benéfica.

 Ahora, todos sus hijos, religiosos y laicos, tenemos la misión de desplegar un contagio análogo, en los lugares donde nos encontremos. Creo que ese es el gran desafío que nos trae LA VENIDA DEFINITIVA DEL CORAZÓN DE DON ORIONE...


                                                                                    P. ADOLFO A. URIONA FDP


[1] . Instancia soberana que tiene toda Orden o Congregación religiosa y que, entre nosotros, se realiza cada seis años.

[2] .  DON ORIONE, “Un profeta de nuestro tiempo”, Editorial San Pablo. Bs. As., 1998. Pág. 44
4.- “Un profeta de nuestro tiempo”,  o.c., pág. 83.
5.- "Un profeta de nuestro tiempo ", o.c., pág. 84
6.- "Un profeta de nuestro tiempo”,  o.c., pág. 146.

martes, 20 de agosto de 2013

Significado de la venida del corazón de Don Orione a la Argentina (Parte 1)

Charla dada por Mons. Adolfo Uriona explicando el significado de la venida del Corazon de Don Orione a la Argentina



INTRODUCCIÓN:



Quisiera que esta charla sirviera de iluminación para el trabajo que luego ustedes harán, proponiendo líneas de acción que orienten el obrar de nuestras comunidades a fin de recibir fructuosamente el CORAZÓN DE DON ORIONE.

  Creo que es bueno pensar juntos todas estas cosas a fin de que Venida del Corazón no resulte sólo un evento magnífico, de gran repercusión y brillo, quedando sólo en ello. Queremos que sea una especie de “kairós”, un “acontecimiento salvífico” en donde se vea reflejada la presencia y el actuar de Dios a través de uno de sus hijos que vivió, en “grado heroico”, las virtudes evangélicas.

 Además, me parece importante que no sea solamente un acontecimiento de orden espiritual puntual, sino que tenga su continuidad en el tiempo. Que la novedad de la presencia de la “reliquia de DON ORIONE” en la Provincia de Nuestra Señora de la Guardia sea un “acontecimiento” de gracia que dure siempre y que su estancia entre nosotros ayude, a todos los que lo vean, a encontrarse con el Corazón Misericordioso de DIOS PADRE.

 Recuerdo que, previo a la venida del corazón de DON ORIONE en 1984 nos preguntábamos cómo iba a impactar en la gente este hecho. Teníamos algunas perplejidades porque pensábamos que, como en América Latina no hay una familiaridad como en Europa respecto a las reliquias de los santos, la misma produjera en la gente algún rechazo. En esa época no se conocía como ahora, las reliquias de Roque González (aún no había sido canonizado) o las de Santa Teresa de Lisieux. 

La experiencia que tuvimos entonces fue la contraria. La llegada del corazón, el cual estuvo un año en nuestra patria, causó un impacto espiritual muy grande. En ese momento, yo lo viví estando como vicario en nuestro Seminario (Villa Tupasí), ayudando en el Cottolengo de San Miguel y en la parroquia de Victoria. 

En ambos lugares el templo estuvo repleto de gente que se acercó a ver el Corazón y también renovó su vida cristiana a través del sacramento de la Reconciliación.

             Veamos, entonces, algunas sencillas reflexiones que nos ayuden a prepararnos a recibirlo.



I.                            ACERCA DE LA RELIQUIA DE LOS SANTOS


 ¿Qué es una reliquia?

La palabra reliquia viene de restos; la reliquia de los santos son restos del cuerpo o de una vestimenta de quien fuera un “santo”, es decir, alguien que vivió en serio el Mensaje Evangélico y se jugó, de manera heroica, por él.

 La veneración a las reliquias comenzó a darse muy fuertemente con el culto a los mártires, durante el período de las persecuciones, en las catacumbas.

Las catacumbas eran cementerios donde eran enterrados los cristianos. En ese lugar se sentían más protegidos para celebrar la Eucaristía y también allí guardaban, celosamente, para la veneración de los fieles las reliquias de aquellos que habían sido martirizados.

Esta veneración de los restos se fue ampliando en la Iglesia a todos los que de, una manera u otra, se los consideró “santos”.



            ¿Qué podemos inferir de este culto?

 Por un lado la valoración del cuerpo humano.

El auténtico pensamiento teológico de la Iglesia nunca fue “espiritualista” o “angelista”, aunque si bien hubo corrientes de espiritualidad en los primeros tiempos que, por influencia del neoplatonismo (recordemos que para Platón el cuerpo era la cárcel del alma), tuvieron una cierta tendencia “dualista”, de contraposición entre el “cuerpo” y el “espíritu”. La “sana doctrina eclesial” basada en el pensamiento bíblico, sin embargo, siempre le dio el justo lugar a lo corpóreo.

 El culto a las reliquias de los mártires es la valoración del cuerpo de alguien que alcanzó  santidad de una manera eminente, dando la vida por Cristo. Se hicieron “semejantes” a Él puesto que, al igual que Él, derramaron su sangre por Amor.



Las Verdades de Fe que fundamentan este culto son las siguientes:



a.      LA DOCTRINA DE LA CREACIÓN: (Cfr. Gen 1-2)

 A medida que Dios va creando el mundo material se va admirando de su propia obra y, el texto bíblico expresa este beneplácito diciendo: “Y Dios vio que esto era bueno” (Gen 1, 4; 10; 12; 18; 21; 25;). Y, por fin., al crear al hombre, hecho “a su imagen y semejanza”, expresa con más énfasis: “Dios vio que era muy bueno” (Gen 1,31).

 La valoración del cuerpo está en esta línea de la “admiración de Dios” y, esa “bondad original”, si bien fue dañada y desdibujada por el pecado original, no fue destruida totalmente.


          b. LA DOCTRINA DE LA ENCARNACIÓN:

 En el Prólogo de su Evangelio S. Juan nos dice:     ”Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”  (Jn 1,14)

 Y en su primera carta:   “En esto reconocerán al que está inspirado por Dios: todo el que confiesa a Jesucristo manifestado en la carne, procede de Dios” (1Jn 4,2)

 El cuerpo del hombre adquiere una categoría especial porque el Hijo de Dios toma nuestra condición humana y eso lo dice, muy pero muy fuerte, San Juan. Él tuvo que luchar contra una de las primeras herejías que se dieron en los comienzos de la Iglesia: la herejía de Cerinto.

Éste decía que Jesús, el Hijo de Dios, no había asumido un cuerpo realmente, sino una “apariencia de cuerpo”. No podía concebir cómo el Hijo de Dios, el “Absoluto”, el “Impasible”, el “Trascendente”, quisiera asumir la condición de debilidad de un cuerpo humano, sujeto a las condiciones de esta tierra.

Por eso San Juan expresa con tanta fuerza en su Evangelio: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14) y, en su primera carta establece un claro criterio de discernimiento: “en esto reconocerán al que está enviado por Dios. Todo el que confiesa a Jesucristo manifestado en la carne procede de Dios” (1Jn 4,2).

Al asumir un cuerpo el Hijo de Dios asume todo lo que la carne tiene de debilidad, excepto el pecado y su consecuencia, la corrupción.

Y esto lo percibió muy claramente nuestro Padre Fundador; el cual dedicó la última etapa de su existencia a recoger, amparar, consolar y proteger a aquellos débiles en la carne: los discapacitados del Cottolengo, con la firme convicción de que:



“En el más miserable de los hombres brilla la imagen de Dios”.



            c. LA DOCTRINA DE LA RESURRECCIÓN:

             En la primera Carta a los Corintios San Pablo se expresa así:

 “Si se anuncia que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que los muertos no resucitan? ¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! . Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes...

Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos. Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección”  (1 Cor 15, 12-14; 19-22)

El hombre está llamado a la resurrección. La muerte, que es la separación del alma y del cuerpo, es una situación anormal. El hombre entra en lo que se llama “el estado intermedio”, donde el alma espiritual, luego de ser juzgada, “está a la espera de la resurrección final”. Esta situación es transitoria; el alma, “individuada” por el cuerpo en su vida terrenal, anhela unirse nuevamente con él para gozar así de la Visión Beatífica.

La situación del hombre es la unidad, por eso, el alma separada del cuerpo espera anhelante la resurrección al final de los tiempos. Nuestro cuerpo, frágil, débil, corrupto, está llamado a la resurrección. Ella, se dará a través de un cuerpo glorioso, transformado, “el mismo pero no igual”.

Por ejemplo, los apóstoles y María Magdalena que habían visto a Jesús hasta el momento de la sepultura luego no lo reconocieron. El cuerpo del resucitado tiene una característica muy especial. ¿Cómo va a suceder eso?, no lo sabemos;  sí debemos estar convencidos firmemente que, la esencia de nuestra fe, es la resurrección.

Por ello Pablo continua diciéndoles así a los Corintios:

 “Alguien preguntará: ¿cómo resucitan los muertos? ¿Con qué clase de cuerpo?. Tu pregunta no tiene sentido. Lo que siembras no llega a tener vida, si antes no muere... Lo mismo pasa con la resurrección de los muertos: se siembran cuerpos corruptibles y resucitarán incorruptibles; se siembran cuerpos humillados y resucitarán gloriosos; se siembran cuerpos débiles y resucitarán llenos de fuerza, se siembran cuerpos puramente naturales y resucitarán cuerpos espirituales”  (1 Cor 15, 35-36; 42-44)

 El destino de nuestra vida es la resurrección: gozar de la visión de Dios con este cuerpo transfigurado. Las reliquias de los santos tienen la función de recordarnos esta verdad. Ellos alcanzaron a Dios y lo que nos queda es un recuerdo de ese cuerpo que alcanzó la santidad como anticipo, diríamos, de la resurrección. 



 

d.      LA RELIQUIA DE UN SANTO Y SU RELACIÓN CON LA LITURGIA:


Cuando se consagra un altar, en su base se pone la reliquia de un santo, si son mártires mejor aún. El altar es donde se realiza la Eucaristía, que es  banquete y sacrificio, el cúlmen de la vida cristiana.

Los santos alcanzaron esa plenitud del amor de Dios participando del sacrificio eucarístico.


Las reliquias están relacionadas entonces con la liturgia, la cual no es algo sólo de esta tierra sino que está conectada con la liturgia celestial.

            Leamos pausadamente este hermoso texto de la Lumen Gentium Nº 49 del Concilio Vaticano IIº:

 “Así, pues, hasta cuando el Señor venga revestido de majestad y acompañado de todos sus ángeles (cf. Mt., 25,3) y destruida la muerte le sean sometidas todas las cosas (cf. 1 Cor., 15,26-27), algunos entre sus discípulos peregrinan en la  tierra otros, ya difuntos, se purifican, mientras otros son  glorificados contemplando claramente al mismo Dios, Uno y  Trino, tal cual es; mas todos, aunque en grado y formas distintas, estamos unidos en fraterna caridad y cantamos el  mismo himno de gloria a nuestro Dios.

Porque todos los que son de Cristo y tienen su Espíritu crecen juntos y en El se unen entre sí, formando una sola Iglesia (cf. Ef., 4,16). Así que la unión de los peregrinos con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo, de ninguna  manera se interrumpe; antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se fortalece con la comunicación de los bienes  espirituales.

Por lo mismo que los bienaventurados están más íntimamente unidos a Cristo, consolidan más eficazmente a toda  la Iglesia en la santidad, ennoblecen el culto que ella misma ofrece a Dios en la tierra y contribuyen de múltiples maneras a su más dilatada edificación (cf. 1 Cor., 12,12-27).

Porque ellos llegaron ya a la patria y gozan "de la  presencia del Señor" (cf. 2 Cor., 5,8); por El, con El y en El  no cesan de interceder por nosotros ante el Padre, presentando por medio del único Mediador de Dios y de los hombres, Cristo Jesús ( 1 Tim., 2,5), los méritos que en la tierra alcanzaron; sirviendo al Señor en todas las cosas y completando en su propia carne, en favor del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia  lo que falta a las tribulaciones de Cristo (cf. Col., 1,24).  Su fraterna solicitud ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad” (L.G., 49)

(continua la semana que viene)