martes, 4 de marzo de 2014

Sólo Dios Basta



Página con resonancias autobiográficas y de gran valor poético y espiritual, publicada el 3 de septiembre de 1899.



            Estaba ayer en la habitación de un buen sacerdote y mi mirada cayó sobre estas palabras: ¡Sólo Dios!

            En ese momento tenía yo la vista cansada y dolorida, y por mi cabeza desfilaban  infinidad de días agobiantes como el de ayer; pero, por sobre el torbellino de todas mis angustias y el confuso resonar de mis suspiros, me parecía escuchar la voz afable y bondadosa de mi ángel que decía: ¡Sólo Dios!, alma desolada, ¡sólo Dios!

            En una ventana había una planta florecida, luego un corredor y algunos sacerdotes en meditación; más allá un crucifijo, un querido y venerado crucifijo que me recordaba hermosos e inolvidables años; y mis ojos cargados de lágrimas, descansaron a los pies del Señor. Y me parecía que mi alma se elevaba, y que una voz de paz y consuelo salía de aquel corazón traspasado y me invitaba a elevarme a las alturas, a ofrecer a Dios mis sufrimientos y a orar. ¡Qué dulce y lleno de paz, ese silencio...! y en el silencio -¡sólo Dios!- repetía dentro de mí, ¡sólo Dios!



            ¡Y una atmósfera encalmada y bienhechora parecía envolverme el alma!... Y entonces pude ver en mi pasado la razón de los sufrimientos presentes: y vi que en lugar de buscar ¡sólo a Dios! en mi trabajo, hacía años que andaba mendigando la alabanza de los hombres; y que buscaba y deseaba constantemente que me vieran, me apreciaran, me aplaudieran; y llegué a esta conclusión: también en esto hay que empezar una vida nueva: en el trabajo, buscar ¡sólo a Dios!

            Trabajar bajo la mirada de Dios, ¡sólo de Dios! Sí, en estas palabras se encierra toda la nueva regla de vida, todo lo necesario y suficiente para la Obra de la Divina Providencia: ¡la mirada de Dios!

            Hay que comenzar una vida nueva, y empezar desde aquí: en el trabajo, buscar ¡sólo a Dios! ¡Trabajar bajo la mirada de Dios! ¡sólo de Dios!

            La mirada de Dios es como rocío que revitaliza, como rayo de luz que fecunda y ensancha el horizonte: trabajemos, pues, sin ruido y sin tregua, bajo la mirada de Dios, ¡sólo de Dios!

            La mirada del hombre es un rayo que quema y empalidece aún los colores más resistentes: en nuestro caso sería como el viento helado que dobla, quiebra y destruye el tierno tallo de nuestro pobre arbolito.

            Todo lo que se hace para hacer ruido y ser vistos pierde frescura a los ojos de Dios: así como una flor, ajada al pasar por muchas manos, deja de ser presentable.


             Pobre Obra de la Divina Providencia, sé la flor del desierto que crece, se abre y florece porque Dios se lo ha dicho, y que no se altera por la mirada del pájaro que pasa, o porque el soplo del viento desparrama sus hojas apenas formadas.

            Por nuestra alma y para toda la vida: ¡sólo Dios! ¡sólo Dios! La soledad sin Dios podrá aportar descanso al espíritu pero endurece el corazón: es una planicie florecida y olorosa, pero de sol pálido y muerto.

¡En cambio la soledad con Dios, es una cálida y dulce atmósfera que por sí sola puede curar las angustias del corazón!

            ¡Sólo Dios! ¡Qué provechoso y consolador es querer sólo a Dios como testigo! ¡Dios solo, es la santidad en su grado más alto! Dios solo, es la seguridad mejor fundada de entrar un día en el cielo.

            ¡Sólo Dios, hijos míos, sólo Dios!







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