miércoles, 11 de marzo de 2015

Homilía del P. Carboni para el funeral de Don Orione



 El 3 de abril 1940, en la Catedral de Buenos Aires, se organizó el funeral solemne a un mes de la muerte de Don Luis Orione, y la persona más adecuada para hacer la oración fúnebre fue el P. Rodolfo Carboni, que conocía y admiraba a Don Orione con una intuición singular de su alma y de su accionar.


Mis hermanos:

            No me encuentro, a Dios gracias, debiendo hablaros de Don Orione, en la difícil situación de aquellos que junto a un féretro cubierto de flores que han comenzado a marchitarse ya, crean con sus palabras la corona artificial de virtudes que el muerto desconoció. Libremente y con facilidad podemos hablar de quien, muerto él, sus mismas obras alaban y engrandecen; y más difícil resulta moderar el elogio que encontrar materia para tributárselo. Tan hermosa era el alma de este sacerdote, y de tal modo se han manifestado sus virtudes singularísimas. Hablamos de lo que hemos visto y de lo que hemos oído; de lo que vosotros mismos habéis palpado, y de quien, al evocarlo con mi palabra, vosotros tendréis la representación que vuestros mismos recuerdos despertará como testimonio de conformidad.


P. Robdolfo Carboni y Don Orione


Don Orione, Varón de Dios

            Considerando la vida de Don Orione, dos cosas singularmente impresionan al espíritu: por una arte que sin dotes naturales extraordinarios haya hecho cosas en verdad maravillosas, y haya movido maravillosamente a las almas, por otra como se abandona totalmente al cuidado de la Providencia Divina y cómo la Divina Providencia le asiste en todas sus cosas. Con lo primero muestra el Señor cómo ha elegido lo enfermo y flaco según el siglo y lo que no es, para confundir a lo que es y significa algo según el mundo, y con lo segundo cómo Dios cuida de los que han arrojado en Él todos sus cuidados.

Todos los que hemos conocido a Don Orione sabemos que eso que constituye poder en el orden natural, él no lo tenía, o carecía de él por lo menos para hacer todo lo que hizo y con la eficacia que lo realizó. Al contrario, todos reconocían admirados que sin el brillo de una inteligencia soberana, con aquella su apariencia de campesino, ejercía sin embargo sobre los que se le acercaban una influencia notable, logrando atraer y conquistar con una simpatía profunda que despertaba en las almas de los que le trataban. Poseía es verdad una fuerza de voluntad extraordinaria, manifestada desde la niñez, y acrisolada por un espíritu de sacrificio incomparable, que le haría vencer las dificultades que la pobreza o la falta de salud, la contradicción de los hombres o la voluntad de Dios pondrían en su camino. Voluntad que en un temperamento ardiente como el suyo era capaz de las resoluciones más heroicas. No le faltaban condiciones de inteligencia más que medianas, ni los estudios a que se aplica todo sacerdote celoso de la custodia de la ciencia de Dios. Pero, ¿qué es todo eso en un mundo que admira la fuerza, que se rinde al oro, que busca el origen y el lustre de un apellido, y que siente la fascinación de un exterior luciente, y que no solo no admira lo que es humilde, pero que ni siquiera lo comprende, y hasta lo desprecia? La fortaleza de Dios se ha manifestado en la debilidad del hombre, y una vez más se nos ha dado la lección de que en vano es multiplicar los recursos, acudir a los progresos y servirse de todos los medios humanos para las obras de Dios, si no se mantiene y perfecciona continuamente esa adhesión interna del alma con la Divina Gracia mediante la cual el hombre que trabaja logra que no sea vano su esfuerzo, porque ha conseguido que Dios edifique. Ha habido un manifiesto superávit entre lo que era y lo que tenía Don Orione y lo que ha logrado de obra sobrenatural. ¿Y quién sino la Divina Providencia, ha contribuido con el excedente favorable?



Don Orione, Varón de Fe

            ¡La Divina Providencia! ¿Es que podríamos hablar de Don Orione sin referirnos a ella? El mismo llamando a su Congregación, obra sin dada entre todas las sumas más queridas, la denomino con aquello que más tenía en su corazón: Hijos de la Divina Providencia; y la fundación realizada por él de varios cottolengos, nos muestra su profunda afinidad con San José Benito Cottolengo, el autor de ese perenne milagro de la Divina Providencia que es la Pequeña Casa de Turín, que desde joven ha podido conocer en la ciudad a que se trasladó para ingresar en el Oratorio de Don Bosco, y que habrá inspirado sin dudad junto con las lecciones recibidas al lado del santo fundador de la Congregación Salesiana, era su inalterable y vivísima confianza en la Divina Providencia. Estas consideraciones me traen el recuerdo de las palabras que Jesucristo dirige a los Apóstoles: “Cuanto yo os envié sin dinero y sin calzado, por ventura os faltó alguna cosa? Nada, respondieron ellos”.

Este varón vino sin nada a trabajar en la casa del Padre y nada le ha faltado. Desprovisto de toso lo que podía exigir al mundo tuvo lo único necesario para Dios y esto explica su extraordinario éxito.

No le faltó a Don Orione lo que debía permitirle la realización de sus proyectos, y no faltará lo necesario para que su obra se perpetúe, porque no ha edificado sobre fundamente humano. Falla la providencia de los hombres, jamás la Divina Providencia. Sobre ese fundamento ha edificado este varón ejemplar.

            Pero no se confía de tal suerte en el socorro del Señor, en esa medida, o mejor dicho así sin medida, sin estar animado por una profunda fe y vivir del alma de esa fe, sin la cual vanamente esperaríamos. Toda la vida de este sacerdote da testimonio de que vivió de la fe, y que iluminado por ella orientó toda su existencia que puede ser presentada como un modelo de santidad sacerdotal.

            Sin duda que de lo vivo de esa virtud, provenía el que practicara tan excelentemente todas las demás.



Don Orione, dechado de todas las virtudes

MORTIFICADO, cuantos le han conocido mejor, hablan hasta del exceso de sus austeridades, principalmente en su juventud, que debió moderar más tarde, forzado por la prudencia que reclamaba el cuerpo ya al extremo fatigado por la edad y las privaciones.

Quien que haya hablado con él con alguna frecuencia, y le haya visto a punto de sucumbir en medio de la conversación al sueñe que le reclamaba para el descanso, no recordará a San Juan Bosco, rendido de fatiga, durmiendo en una antesala o en medio de la comida que se ofrecía en su honor? Había hecho del trabajo, prolongado en las largas vigilias nocturnas, una ley de abnegación y sacrificio.

            VARÓN DE ORACIÓN, la practicaba en todo momento; no le hemos encontrado siempre en oración? ¿De dónde provenía sino aquel su habitual recogimiento, que era algo característico en él, y que él avivaba sin cesar por esa plegaria actual a que invitaba a los que iban a consultarle antes de dar su consejo? ¿Qué es lo que transfiguraba a este hombre de un exterior si se quiere hasta tosco, y le presentaba agradable, atrayente y como envuelto en un ambiente de serenidad comunicativa? Era que la mirada interior la tenía siempre dirigida al Señor por el hábito de la oración, y una dulce paz le bañaba desde lo alto haciendo que una sonrisa bondadosa iluminara su fisonomía siempre paternal. Ni provenía de otra fuente su constante alegría, esa alegría que él quería que todos los buenos hijos de Dios fuesen sembrando en su camino. Camino de los que pisan con la planta ensangrentada las espinas de la tribulación y el sacrificio y se gozan en el corazón de sufrir algo por el que sufrió hasta la muerte por ellos.

            En cuanto a la HUMILDAD, Don Orione era tan humilde, y tanto quería que lo fuesen sus hijos y sus hijas, que si ellos no se aplicasen con empeño a lograrla serían una negación viviente del espíritu de su fundador. Su humildad impresionaba hasta a los indiferentes; era exenta de toda afectación, con ese encanto de una sencillez del todo evangélica. Respiraban humildad sus juicios, sus actitudes, sus mismos consejos; su reverencia suma por la jerarquía de la Iglesia. No era posible vivir cerca de Dios como vivía él sin estar penetrado profundamente del sentimiento de la propia nada, que con tanta más luz se percibe cuando más se avecina el alma a la luz increada.

Retiro Espiritual predicado por el P. Carboni en Villa Dominico, enero de 1936
 

Don Orione, Varón de Caridad

            San José Benito Cottolengo tomé como emblema de la Pequeña Casa de Turín la palabra de San Pablo: “Charitas Christi urget nos”, y Don Orione repetirá estas palabras como el motivo inspirador de su ardiente caridad, y de la que debe animar a los suyos. Ardiente por temperamento, el fuego del amor de Dios comunicará nuevo ardor a su alma. ¿Y quién que le haya oído predicar no ha sentido el hálito de ese fuego interior que tocaba las almas? Por eso su predicación era tan eficaz y era tan común oír repetir a los que le habían escuchado: verdaderamente habla como un santo. Es que un gran fuego no se puede esconder, y su palabra inflamada traducía en lenguaje a todos inteligible el idioma del Dios de la caridad. Por eso hablaba como un joven, renovada en interior juventud la fortaleza de su alma por el Espíritu que comunica la vida de todo ser. Ni otra cosa le movió en su prodigiosa actividad caritativa para con el prójimo que el vigor y la excelencia de esta amor para con Dios. Y cuál ha sido la naturaleza de esa actividad caritativa y hasta dónde se ha extendido, sin contar lo que personalmente y directamente ha sido para cada una de las innumerables almas que se le han acercado, lo pregona el número y la naturaleza de las obras creadas para remediar tantas miserias de la sociedad moderna; en particular estas fundaciones que a semejanza del Cottolengo de Turín son una providencia viviente para el pobre y el enfermo. ¡Cuántas veces lo hemos oído compadecerse con paternal solicitud de las miserias que no podía remediar y lamentarse de la incomprensión de los ricos que condenaban la benéfica actuación de la Iglesia a favor del proletariado! ¡Y cómo animaba al contrario a los sacerdotes que fieles al espíritu del Evangelio y dóciles a las enseñanzas de los Pontífices, recordaban a los poderosos sus deberes para con los humildes y los desheredados, y a quienes trataban de acercarse para conducirlos a la casa del Padre común. Esa misma caridad para con el prójimo le inspiró que su congregación fuera principalmente para los pobres y sirviera de instrumento de regeneración de la clase trabajadora abandonada a las directivas de los propulsores de la lucha de clases. Esto explica mucho el carácter propio de los religiosos de Don Orione y porque en el año 1930 al inaugurar en Tortona el nuevo templo de N.S. de la Guardia, hizo encabezar la procesión solemne por unos treinta clérigos estudiantes, llevando cada uno sus instrumentos de trabajo: palas, baldes, picos, cucharas de albañil, etc., a manera de trofeos, para cristianizar el trabajo o mejor dicho el aprecio y estima del mismo frente a la tendencia monopolizadora del socialismo que pretendía haberlo dignificado.

            Consoló a tantos, ayudó a tantos y ha hacho tanto bien a la sociedad que él mismo pudo escribir: soy un estropajo llevado adelante por la mano misericordiosa de Dios que se vale de él para enjugar llantos y dolores. Las Congregación de las Misioneras de la Caridad, fundada también por él sugiere ya con su solo nombre la finalidad que tiene.



Don Orione, deseoso de Santidad y Varón Santo

            Lo que hemos dicho, mis hermanos, es suficiente para comprender que un afán de santidad animaba toda su vida. Desde niño se lo vio aplicado a conseguirla, y esa voluntad extraordinaria que poseía no abandonará jamás tal propósito, que quiere que sea también el ideal de todos los que serán de algún modo sus hijos, y si busca con aquel su grito de conquista: ¡Almas y almas! Nuevos seres, será para infundirles el deseo ardiente de santificarse amando cada vez más a Dios. Y el ejemplo de su vida, sus consejos, su predicación, el atractivo sorprendente de su persona rodeada de algo sobrenatural atraerán al camino de la virtud. Y nadie que se haya acercado a él habrá dejado de experimentar esta influencia que no era de la tierra, y que ablandaba los corazones endurecidos por el pecado, y abría las manos para la limosna. Al lado de Don Orione uno se sentía más cerca de Dios. Esto nos explica el sorprendente movimiento obrado a su alrededor, y que no era fruto de novelerías; se le buscaba para tener el consuelo de verle, para aconsejarse, para que atendiese a los enfermos, para que socorriese a los necesitados. Se tenía la impresión de que pasaba un santo, y todos querían encontrarse en su camino. Y esto no puede sorprendernos, porque una carta llegada ayer de Italia nos dice que el paso de su cuerpo desde San Remo donde murió hasta Tortona y a través de Génova y Milán ha sido un verdadero paso triunfal, en medio de repiques de campanas y de aclamaciones de los fieles.

            Cada uno dirá lo que haya experimentado en el trato con Don Orione, yo que tuve el consuelo de ser recibido varias veces por él, aquí y en Italia, confieso que con nadie tuve nunca como con él la impresión de que hablaba con un hombre que estaba muy cerca de Dios, muy unid a Él.

            Su confianza en la Divina Providencia, su amor a la Sma. Virgen y al Papa él lis ha manifestado en todas partes, así como el ideal sagrado de las vocaciones al sacerdocio, de los niños pobres. Este amor al Papa le inclinó a llamar en un principio a su obra: ¨Compañía del Papa”, que más tarde llamó: “Pequeña Obra de la Divina Providencia”. Pio X, por quien Don Orione sentía una verdadera devoción, comprendió muy pronto el espíritu de la nueva fundación y animó a su joven fundador. Los distintos lugares que Don Orione eligió para emitir sus votos religiosos caracterizan el espíritu de que estaba animado. El primer año hizo sus votos en la capilla de la cárcel, porque quería ser como San Pablo, prisionero de Cristo. EL segundo año los hizo en la capilla del hospital por la misión a que había de consagrarse entre los pobres y los enfermos; y el tercer año en manos del mismo Pio X como señal de su inconmovible adhesión al Pontificado y a la Iglesia.



La lección que nos da Don Orione

            Pero Don Orione que decía que él no había fundado nada, que la fundadora de la Congregación era la Sma. Virgen, que todo se debía atribuir a Dios, a la Divina Providencia, no nos perdonaría que hablando de él no sacásemos una lección de amor de Dios, de confianza en su Providencia paternal. Por eso acercándome al término de esta oración vuelvo a los que decía al principio: hay desproporción notable entre lo que constituía el natural de Don Orione y lo que ha logrado, entre lo que sería su pura capacidad humana y lo que ha hecho de un orden trascendental sobre las almas y sobre buena parte de la sociedad. Una vez más el Señor ha hecho patente su acción, para confundir la soberbia del siglo que se fía en su necia suficiencia, y para demostrar que Él está con los humildes.

            ¡Y qué ejemplo de confianza en la Divina Providencia el que nos da Don Orione! Muy cerca tenía el ejemplo de Don Bosco a quien había conocido personalmente y en cuyo oratorio estuvo cinco años, y tenía en el Cottolengo de Turín a la Providencia hablando sin cesar por la boca de ese pueblo de mendigos que comían todos los días su pan, y siguen comiéndolo, sin necesidad de recurrir a la providencia falible de los hombres. San José Benito Cottolengo, San Juan Bosco, Don Orione, estos tres varones de Dios, dan satisfacción a la Divina Providencia, en los últimos tiempos, de los ultrajes repetidos que le ha inferido un mundo de incrédulos al confiar en el hombre que pronto caerá, lo que solo se debe confiar al cuidado paternal de un Dios de bondad y misericordia.

            ¡Cómo había tratado Jesucristo de apartar a los suyos de esas preocupaciones excesivas de lo material, que quitan la libertad de espíritu! “¡Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura!” “No andéis cuidadosos por el día de mañana”. La práctica de su vida confirmó esta doctrina, y cuando envía en misión a los Apóstoles les prohíbe llevar con ellos “ni bastón, ni saco, ni dinero, ni dos vestidos”; en la última Cena recordándoles lo que les había mandado les dirá “Cuando fuisteis enviados sin bolsa, sin saco y sin sandalias, os faltó alguna cosa? Y le respondieron: Nada!” ¡Qué bien supo ponerse en manos de la Providencia Don Orioen, que la ha encontrado fiel como la encontraron los Apóstoles a quienes nada faltó, y nos enseña a nosotros a confiar en ella para que nada nos falte! Hermanos míos recordad la exhortación del Apóstol Pedro: “Descargad en el Señor todos vuestros cuidados, porque él tiene providencia de vosotros”.

 
P. Rodolfo Carboni


Conclusión

            Los que habéis conocido a Don Orione, y que con palabras que compendian toda ponderación decís: era un santo; recordadlo bien. Recordad su sonrisa paternal y llena de bondad, la alegría, el consuelo que esparcía a su alrededor, la atmosfera de paz que le circundaba, la admiración reverencial con que le mirabais y aspirad a los que he hacia ser así. Imitadle en su humildad, en su mortificación; huid de las locuras del mundo entregado a la sensualidad para saborear las alegrías interiores, fruto madurado en el recogimiento de la oración. Practicad la caridad; ayudad a las mismas obras fundadas por él para que vuestra admiración por su persona sea fecundada en méritos delante del Señor que reputa por hecho a sí mismo lo que se ha hecho por los pobres y por los enfermos.

            Y ahora, oh Señor Dios, qué haremos para terminar, sino alabar tu mano misericordiosa y providente, que así como hacer lucir el sol sobre la tierra y envía a sus tiempos la benéfica lluvia, enviando varones como éstos a la tierra, reseca por el egoísmo y la impiedad, nos envías un rocío que refrigera y conforta, una luz que alegra en las tinieblas, como las primeras claridades de una aurora. Por eso Señor, y por la intercesión de tu Hijo Jesucristo, te bendecimos y te alabamos, repitiendo lo que éste tu siervo, a quien recordamos con tanto amor, y que pensamos que goza ya de Ti, te repetía muchas veces desde el fondo de su corazón inmensamente agradecido y henchido de tu santa caridad: Deo gratias, Deo gratias.


Fuente: Boletin "Pequeña Obra de la Divina Providencia" - Abril de 1940 

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