miércoles, 25 de octubre de 2017

Un corazón sin fronteras



Extracto de la carta del P. Tarcisio Vieira “Volver a despertar el corazón”

Un corazón sin fronteras

Al icono evangélico de Naín podría corresponder, para nosotros, el icono orionita del episodio de la confesión del que había envenenado a su madre. Cierto, no es fácil seleccionar en la vida de Don Orione - vista la abundancia - un único hecho para demostrar su “corazón siempre despierto”, “siempre inclinado” hacia las necesidades del prójimo, o para identificar “la serena ternura de su mirada”, como escribía Ignazio Silone. Sin embargo, el encuentro con el matricida arrepentido en la carretera, que va de Castelnuovo a Tortona, se ha vuelto el símbolo clásico.

La historia, contada varias veces por Don Orione, es bien conocida y sucedió después de la ardiente predicación de una misión en Castelnuovo. “Una tarde hablé de la confesión”, cuenta Don Orione. “Entonces - nunca lo había pensado antes - el Señor me puso en los labios este pensamiento: Mire - dije - la misericordia de Dios es tan grande que aunque alguno de ustedes hubiera puesto veneno en la taza de su madre, si está arrepentido,  hay misericordia también para él. Confesé hasta la una de la madrugada. Estaba muy cansado (...) Salí de Castelnuovo para volver a pie a Tortona (…) A cierto punto del camino vi una sombra negra, un hombre envuelto en una capa, parado, mirando hacia mí (...) Cuando estaba cerca de él: Buenas noches, buen hombre; ¿Viene a Tortona? - No, lo esperaba a usted... - Diga... - Escuche bien: ¿usted predicó que si uno hubiese puesto veneno en la taza de su madre, hay misericordia también para él? - Sí - ¿Usted cree realmente lo que dijo? Sí, hijo mío, lo dije y lo creo - Escuche, soy yo, ¿sabe? Ese soy yo" (Parola XI, 234-235). “Se arrodilló y después se confesó llorando y le di la absolución; luego se levantó y me abrazaba y me apretaba, siempre llorando, y no conseguía separarse de mí, tanto era el consuelo que lo inundaba. Yo también lloré y lo besé en la frente y mis lágrimas se confundieron con las suyas. Quiso acompañarme casi hasta Tortona y, sólo por mi insistencia, finalmente, regresó, y continué mi camino con un gran consuelo, con una alegría en el corazón como jamás había experimentado en mi vida (...) Llegué a Tortona todo mojado; esa noche me quité los zapatos y me tiré en la cama, y ​​soñé... ¿Qué cosa soñé? Soñé el Corazón de Jesucristo; sentí el Corazón de Dios, ¡qué grande es la misericordia de Dios!” (Don Luigi Orione e la Piccola Opera della Divina Provvidenza V. III, 124).


Siguiendo el ejemplo de Cristo, la “calle” es también para Don Orione, el lugar de las “sorpresas de Dios”, el lugar de los “encuentros” y de la “salvación” reencontrada, el lugar donde el “corazón muerto” de un pecador revive a causa de la acogida de un “corazón lleno de Dios”.

¡Es totalmente “providencial” este encuentro, divinamente providencial! De hecho, es la Divina Providencia que le da cita al santo y al pecador al borde del camino. Y así, en Don Orione, se realizó “la unidad de los extremos”, un milagro que sólo la misericordia divina podría cumplir: “la persona [de Don Orione] era el 'lugar' del encuentro entre Dios misericordioso y el alma de un pecador” (Paolo Clerici, Don Orione un rostro misericordioso de la Misericordia de Dios).

Parece casi obvio -dada la evidente coincidencia- decir que Don Orione reunía en sí el dinamismo y el estilo que el Papa Francisco nos pide hoy. Pero fue el mismo Papa Francisco quien recientemente se acercó a nuestro Fundador, citando su nombre en un discurso al clero y a los consagrados de la Diócesis de Génova durante la Visita Pastoral. Era el 27 de mayo de 2017. Al presentar los criterios “para vivir una intensa vida espiritual”  (era la pregunta de un sacerdote diocesano), el Papa culminó la conversación con una expresión de nuestro Fundador que marca el estilo de vida, el dinamismo que mantiene el corazón constantemente despierto. Casi como una “exégesis” del episodio del matricida.


La respuesta del Papa Francisco es larga, al ritmo de sus pausas de silencio, en la que subraya conceptos y palabras claves, utilizando imágenes y ejemplos de la vida cotidiana. El criterio fundamental para “vivir una intensa vida espiritual” -dice ya de partida con claridad- es “imitar el estilo de Jesús”. ¿Y cómo era ese estilo? - se pregunta el Papa - “La mayor parte del tiempo, Jesús lo pasaba por la calle. Esto significa cercanía a la gente, cercanía a los problemas. No se escondía. Después, al anochecer, muchas veces se escondía para rezar, para estar con el Padre”. Este es el dinamismo equilibrado del  “corazón siempre despierto”: Mantener la armonía entre el “no esconderse de la gente” y “el esconderse para la oración”. Estar “siempre en camino”, como Jesús, supone el riesgo de estar “expuesto a la dispersión, a quedar quebrantado”. Pero, advierte el Papa: “No hemos de temer el movimiento y la dispersión de nuestro tiempo. El miedo más grande en el que tenemos que pensar es el de una vida estática (...) Yo tengo miedo del [religioso] estático. Tengo miedo (...) El [religioso] que tiene todo planificado, todo estructurado, generalmente está cerrado a las sorpresas de Dios y pierde esa alegría de la sorpresa del encuentro. El Señor te toma cuando no te lo esperas”. Por tanto, “El primer criterio es no tenerle miedo a esta tensión que nos toca vivir: nosotros estamos en la calle, el mundo es así (...) Un corazón que ama, que se entrega, siempre va a vivir así”.

Otro criterio, siempre según el Papa, es plantear la vida bajo la perspectiva del encuentro: “Tú, [religioso], te encuentras con Dios, con el Padre, con Jesús en la Eucaristía, con los fieles: te encuentras (...) Estás en silencio [delante del Señor], escuchas lo que dice, lo que te hace sentir... Encuentro. Y con la gente lo mismo (...) dejar que la gente te canse; no defender demasiado tu propia tranquilidad” concluye mencionando a nuestro Fundador: “el [religioso] que lleva una vida de encuentro con el Señor en la oración y con la gente hasta el final del día, es 'desgastado', San Luis Orione decía ‘como un trapo’.

Justamente así, “como un trapo” en las manos de la Divina Providencia. Don Orione es, para nosotros y para la Iglesia, para el Papa Francisco, modelo de hombre de encuentro (“vio a un hombre... Cuando estaba cerca de él”), hombre del sagrario (“el Señor me puso en los labios este pensamiento”), hombre de la calle (“partí... A cierto punto del camino...”), hombre de “oreja”, que sabe escuchar (“confesé hasta la una de la madrugada.  Estaba muy cansado”). Todo concentrado en el episodio del matricida que, sin embargo, revela otro detalle al que el Papa Francisco está muy atento. Don Orione es también “el hombre de las lágrimas” (“luego se levantó y me abrazaba y apretaba, siempre llorando... Yo también lloré y lo besé en la frente y mis lágrimas se confundieron con las suyas”).

Puede parecer raro y, para algunos, también un poco inusual, darse cuenta de que el Papa Francisco insiste en el tema del llanto y de las lágrimas: “Jesús en el Evangelio, lloró (...) Lloró en su corazón cuando vio a aquella pobre madre viuda que llevaba al cementerio a su hijo (...) Si ustedes no aprenden a llorar, no son buenos cristianos”. (Discurso a los Jóvenes, Manila, 18 de enero de 2015).


Son varias las referencias en este sentido, que se dan especialmente cuando está hablando al clero y a los religiosos. “Cuando a un religioso se le secan las lágrimas, hay algo que no funciona”, le dijo al clero y a los religiosos en Nairobi (26/11/2015). Quiere decir que el religioso perdió “los sentimientos de Jesús” (cfr. Fil 2,5) y su corazón, “con el paso del tiempo” se endureció y se volvió “incapaz de amar incondicionalmente el Padre y al prójimo”. Y advierte: “Es peligroso perder la sensibilidad humana necesaria para llorar con los que lloran y alegrarse con los que se alegran” (cfr. Discurso a la Curia Romana, 22/12/2014). Por lo tanto viene la pregunta: “Dime: ¿tu lloras? ¿O hemos perdido las lágrimas? (...) ¿cuántos de nosotros lloran delante del  sufrimiento de un niño, delante de la destrucción de una familia, delante de tanta gente que no encuentra el camino?... El llanto del [religioso]... ¿Tu lloras? ¿O en [esta Congregación] hemos perdido las lágrimas?” (Cfr. Discurso a los párrocos, 06/03/2014)
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Don Orione, con su vida, dio una respuesta a esta pregunta: “¡Amor a las almas, almas, almas! ¡Escribiré mi vida con las lágrimas y la sangre!” (25/02/1939). Nos toca a nosotros “Ser hoy Don Orione”.


Si queres leer la carta entera, visita: http://www.donorione.org/Public/ContentPage/content.asp





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