viernes, 24 de febrero de 2017

El Papa Pío X y la “Patagonia Romana”


            “Un día fui llamado a Roma para ser recibido en audiencia por el Santo Padre Pío X. Me presento, y antes de que hiciera la genuflexión, el Papa me dice:
            ‘Bien, bien, prepárate, que mañana te envío a la Patagonia’.
            ‘Padre santo, ¿cómo hago para marchar mañana? Tengo tantas cosas entre manos, tengo tantos asuntos que terminar y, además, en la Patagonia, están ya los salesianos, los hijos de Don Bosco’.
            Y Pío X, sonriendo, me dice:
               ‘No, no te envío a la Patagonia. Irás a las afueras de la Puerta de San Juan: allí es como si te enviase a la Patagonia. Irás allí y empezarás abriendo una capilla provisional… Será necesario, luego, que te las entiendas con el jefe superior de la policía y con el gobernador, y, después, que tú mismo hagas una inspección, porque, por ciertas cloacas también se encuentran niños recién nacidos abandonados. Ve, ve y verás’.
            Cuando salí de la audiencia, pensé – en compañía del espíritu de San Felipe – en visitar las siete Iglesias, San Pedro, Santa María la Mayor, las catacumbas, San Juan, para prepararme con la oración y un poco de penitencia, para la obra santa que se debería realizar en barrio Appio y para atraer sobre el barrio la protección del cielo y la bendición de la Madre de Dios.


Acabada la visita a las siete Iglesias, di una vuelta por la zona del Barrio Appio. Era domingo. Por aquí y por allá había tabernas, con los característicos ramajes en la entrada, y había familias enteras, que comían alegremente a la sombra de las ramas, y entonces me di cuenta de que también yo tenía hambre. Compré un poco de pan, con alguna cosa, y me retiré junto a un árbol para comer. Después de comer me encontraba tan cansado que apenas me tenía en pie.
Se alquiló un establo de caballos, en el barrio Appio, hemos mandado hacer el suelo, se pintó de blanco, y hemos mandado hacer dos confesionarios a los salesianos.
Puesto que aquella capilla no tenía nada que indicase que era una capilla, habiendo sido antes un establo, ¿qué se podía hacer para  atraer a la gente? Llené mis bolsillos de céntimos y de caramelos, cogí una gran campanilla y recorrimos las calles del barrio: con una mano tocaba la campanilla y, con la otra, dejaba caer tras de mí los caramelos  y, de vez en cuando, entre los caramelos, también algún céntimo.
Los muchachos, o mejor aquella muchachada, venía tras de mí, otros venían a mi encuentro y  yo continuaba impertérrito tocando desesperadamente y tirando delante y detrás caramelos y algún céntimo, que al caer también hacían ruido,  atraían a pequeños y a grandes. A medida que me acercaba a la capilla, más gente había tras de mí y hacía cola. Sentía que alguien decía, ‘Ese sacerdote debe estar un poco loco’. Llegados al lugar adecuado entré en la capilla que estaba abierta de par en par y me coloqué en el altar. Pero, dado que la muchachada estaba ocupada en quitar el papel a los caramelos y chuparlos e incluso contarlos, y todo el mundo hablaba, entonces, en silencio, me puse a mover la boca sin proferir palabra alguna, y hacía grandes gesticulaciones con las manos, levantando los ojos al cielo, abriendo los brazos, como cuando predicaba a los locos en Lungara, gesticulando sin pronunciar palabra. Toda aquella gente, y también los muchachos, al verme gesticular y creyendo que yo predicaba de verdad, se tranquilizaron poco a poco, también porque, después de todo, querían saber la razón de toda aquella vuelta por el barrio, tocando la campanilla. Así pude conseguir que me oyeran. Y enseguida, en aquellas primeras semanas, realicé setenta matrimonios en tres días, y también celebré otros bautizos de adultos (Par. 1.11.1903; Par. 24.3.1934).


Es el nacimiento de la primera parroquia confiada a la Congregación, en Roma, ¡por deseo del Papa!
El barrio Appio es una zona abandonada con hierbas y cañaverales, algún edificio y muchos cuchitriles, cabañas y grutas recavadas en las canteras de puzolana. La calle está invadida de carros y otros medios de transporte que hacen recorridos, por motivos comerciales, entre la ciudad y los castillos romanos. Los habitantes son pobres, poco o nada religiosos, más bien, con frecuencia, encendidos anticlericales. Viven al día y como pueden. Completan el cuadro de miseria y de deterioro las numerosas tabernas, centros de encuentro de individuos siniestros, y las casas de mala vida. Tiene razón Pío X: al barrio Appio se le puede también dar el nombre de Patagonia, pero no tiene nada de ciudad.
El día de la Anunciación de 1908, da inicio la actividad misionera de Don Orione y de sus hijos. Un establo limpio y blanqueado, sin cruz y sin campanario es la primera iglesia de la nueva parroquia. Por su extrema simplicidad y pobreza la llaman enseguida “el portal de Belén”. En el  interior impacta el gran crucifijo sobre el altar, y, como llamada a la devoción, junto a la entrada, la estatua de la Dolorosa.
Los inicios están bajo la protección de la Inmaculada, una pequeña estatua puesta para la veneración junto al altar. Don Orione abre, por así decirlo, el surco. Le suceden en la actividad pastoral y organizativa Don Sterpi y Don Goggi.
De este humilde inicio, escondido en un terreno, humanamente hablando, “no idóneo”, brota la flor maravillosa de la Iglesia de “Todos los Santos” y, como primer fruto, la escuela “San Felipe Neri” que educa en la fe y en la ciencia a miles y miles de jóvenes.


Fuente: "Dar la vida cantando al amor" del P. Angelo Campagna.